Todos desearíamos establecer límites, no permitir a nadie llegar más allá de nuestros deseos, comodidad y estabilidad. Sin embargo, el mismo Jesús renunció a esa medida y nosotros debemos imitarle a él.
Es cierto que no existe nada más doloroso para el alma que la traición, sobre todo porque esta siempre surge de las personas que queremos y confiamos. No importa si la traición es por parte de un hermano de fe, de la pareja, de un familiar, o de un amigo. Cuando quiebran nuestra confianza, se abre una herida que inmediatamente necesita ser sanada.
Cuando lo vives, miras más allá, ves el pecado. Quizá no puedes creer que te estafaran o te engañaran; sufres el daño, pero es la reacción a la traición lo que puede hacer mejorar o empeorar tu vida, sobre todo si te dejas llevar por los sentimientos heridos y el corazón lastimado.
Aunque suene extraño ser traicionado, es una oportunidad para el amor incondicional y el perdón, de hecho, tu reacción puede hacer que el ofensor se acerque más Jesús. ¿Habías pensado en eso?
Es bueno saber que hay pequeños errores que se dan por desconocimiento, sin premeditación, y sin intención de dañar. La traición en verdad se comete por la debilidad de quien las hace.
Pero no solo nosotros somos traicionados, a veces nosotros decepcionamos a alguien, es mucho más fácil y sencillo, sentirse traicionado, mirar donde nos dañan, y no donde dañamos.
Antes de ser traicionados, todos traicionamos, sobre todo a Dios. Nos rebelamos contra él, cuándo nos olvidamos de sus mandamientos, y él siempre nos perdona.
Recordemos cuando el Señor encargó la bolsa de dinero al que lo habría de traicionar, luego que Judas entregó con un beso al Maestro, Jesús le dijo “Amigo, ¿a qué vienes?”. El Señor no le llamó amigo con ironía, sino con amor y dolor: lo entregaba uno de los suyos al que le confirió confianza. Entonces te pregunto: ¿Aún se puede llamar amigo al traidor? Jesús nos enseñó que sí, y que aún se le puede amar.
¿Ves la hermosura del evangelio en medio de la traición? Entonces no desees que todo el peso de la ley recaiga sobre el que te traicionó, ni que se exhiba la traición que has sufrido: no importa si te ha robado dinero, si te ha calumniado, humillado, mentido, engañado, si te ha sido infiel, mejor lleva todo al pie de la cruz, y confía en el juez justo. Y una vez allí, haz morir todo rencor, todo deseo de venganza, todo enojo y amargura, y muere a ti mismo para que se manifieste Su Espíritu en ti. Y que junto con Pablo puedas decir:
«En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios» …
«y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí»